La desoladora imagen que ofrecen algunas piezas de nuestro patrimonio cultural
Las Palmas de Gran Canaria. Enero de 2025.
La Hispanidad, sobre cualquier otra consideración que le pueda ser achacable, es espíritu. Hablamos del espíritu de la Hispanidad porque radica en el espíritu de los españoles la voluntad de llevar, allá a dónde les lleven los vientos, su forma de ser, de vivir, de expresarse o de comunicarse con Dios y con el resto del mundo. Sin este espíritu, hoy inexistente, hubiese sido imposible el descubrimiento, la conquista y la evangelización de la mitad del orbe. Es el espíritu que planea sobre la legislación que, desde el Testamento de Isabel de Castilla, las Leyes de Burgos o las Leyes Nuevas, llevó el sentido imperial a las tierras descubiertas y a la “causa española”, unificadora de derechos y protectorado eficaz y eficiente sobre todo lo viviente en ellas por “español”, ya fuese indio, negro, mestizo, hombre, mujer, niño o anciano. Es el espíritu que hace al hombre sencillo portador de valores eternos, al muchacho salido de Trujillo soñar con un virreinato y promover la construcción de universidades, industrias y catedrales.
Esa Hispanidad ha hecho América y otras partes del mundo con el mismo empeño. Pero, carente de un sentido espiritual, esta España disminuida que hoy legamos a nuestros hijos, encuentra vergonzante haber sido grande en otro tiempo y, sin duda, el mayor imperio que vieron los siglos. Esta España de hoy sólo tiene ciudadanos gobernados. Se ha perdido, en el humo de la historia, hasta el último hombre libre que nos quedaba.
Nuestros dirigentes políticos son responsables, con las leyes que promulgan y las actuaciones que llevan a cabo, del colapso del genio español en todos los órdenes. Y, a la vez, son el reflejo de una sociedad inane en cualquier materia que se trate.
Ayer, estuvimos en la ciudad de Las Palmas. Queríamos ver con nuestros propios ojos las dimensiones reales del Descubrimiento. Estábamos en la ciudad adecuada porque allí se encuentra la Casa Museo de Colón y porque, además, el Cabildo de Gran Canaria, adquirió hace algunos años una réplica de una carabela, la Niña III, obra de uno de esos españoles de otro tiempo capaz de empeñar su vida y su fortuna en demostrar la grandeza de la gesta del Descubrimiento.
El capitán Carlos Etayo construyó su carabela como una réplica, lo más exacta posible, a la que debió llevar el Almirante en su primer viaje hacia el poniente. Basó sus cálculos de arqueólogo naval en el diario de a bordo de Cristóbal Colón, en innumerables datos indirectos allí reflejados y en documentos gráficos como miniaturas o grabados de la época; en la evidencia de que aquél tipo de nave, usada para la pesca o la conquista por portugueses, no podía tener las dimensiones que arrojaban las conclusiones de la comisión italiana del cuarto centenario, que eran menores, bastante más pequeñas de lo que imaginamos. Y, a menos hombres, naves más irrelevantes en lo que a eslora y arboladura se creía, mayor gesta. Y se embarcó en la empresa de probar su teoría.
La carabela se construyó con arreglo a esos cálculos, siguiendo las técnicas de la época de calafateado o costura de velas, por ejemplo. Y hasta la radio, obligatoria para conseguir la homologación y licencia de Capitanía Marítima, fue arrojada por la borda en cuanto se abandonó la jurisdicción nacional. Todo había de ser como fue.
Y llegó a tierras americanas, emulando el Primer Viaje y probando así la veracidad de su teoría. De la personalidad del capitán Etayo, de la importancia de la realización práctica de las teorías que construyen nuestro conocimiento y nuestra ciencia, no vamos a hablar aquí porque sería extenso y trabajamos en la realización de un documental que lo aclare en todos sus detalles. Esta carabela magnifica la dimensión aceptada de la epopeya de llegar por primera vez a América, volver para contarlo y construir un imperio sobre la tierra descubierta. Pocos hombres, en poco más de 17 metros de eslora, sin los medios técnicos actuales, sin rescate ni posicionamiento, con la única loca idea de seguir la puesta del Sol.
La Niña III se varó frente del Museo Elder de la Ciencia y la Tecnología, en los jardines aledaños, en el Parque de Santa Catalina. Siendo magnánimos, podríamos entender que la ubicación de la carabela, en el fondo de un agujero, atendió a un criterio estético que pretendía permitir al observador divisar la obra muerta de la embarcación como si ésta navegase en tierra. Desconocemos los motivos reales que llevaron a enterrar la carabela. El 24 de mayo de 2023 el monumento sufrió un incendio que a punto estuvo de reducirla totalmente a cenizas. Recomiendo al que haya leído hasta aquí que busque imágenes de la carabela Niña III en cualquier navegador. Después, comparen con las que tomamos ayer y piensen si su actual estado de conservación es el más digno que puede recibir una pieza del patrimonio cultural español.
Amantes de la historia, de la cultura y de la ciencia que nos trajo hasta aquí, tan solo un grupo de hombres y mujeres dispuestos a rendir un modesto homenaje a quienes nos conformaron como pueblo, nos dieron las herramientas para sentirnos españoles y nos otorgaron el privilegio de sentirnos orgullosos de su genio.
Si ellos callan lo gritarán las piedras.
Lucas, 19, 40.
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